La fluidez, como el agua que crea nuevos caminos alrededor de un castillo de arena, es la base tanto del arte como de la vida. A medida que creamos, surgen nuevas direcciones que reconfiguran la forma en que nos vemos a nosotros mismos y a nuestro trabajo. Pero es importante recordar que hacemos arte por lo que somos, no al revés.
La identidad se vuelve frágil cuando se deriva únicamente del arte que hacemos. El arte alcanza su máximo potencial cuando el individuo que está detrás de él reevalúa continuamente su “por qué” existencial. El proceso creativo prospera cuando nos permitimos la gracia de dejar que esa respuesta evolucione, siga siendo desconocida o sea completamente diferente mañana. Se requiere la humildad de dejar de lado nuestros egos y aceptar el cambio.
Entonces, ¿quién soy yo cuando no pinto? Soy un padre, un fanático de la música country de principios de los 2000, un nerd de la filosofía, un padre que cuenta chistes sin parar, un bailarín un poco torpe, un viajero que prefiere que otra persona reserve las entradas y un defensor de poner " Olvidando a Sarah Marshall" en cualquier noche de cine.
Mañana, algunas de estas identidades pueden cambiar, otras permanecerán para siempre. Sus fluctuaciones, la interacción de las constantes y el cambio, son lo que hace que la vida sea la guinda y el pastel. Son lo que le agrega sabor al viaje, haciéndolo aún más delicioso.